Por Moni Munilla
Las luces de la noche estiran las sombras ya conocidas de una ciudad que me camina los versos en cada esquina. Hay en el aire como un destello de miradas que devuelven el ayer a este deambular de pretextos para recordar sin ser advertida.
Por el sendero, la vida se hace cuento y ha dejado huellas. Huellas ciertas que sugieren mi paso por situaciones que creí olvidadas. Algunas aún duelen y es como si el surco, profundo y raigal que las precede, me hubiera rasgado la sonrisa en dos en un tiempo que creí adjetivar para siempre.
Los fantasmas acechan con el cuenco de sus ojos entre perversos y temerosos. Casi quiero sentir pena por ellos porque no saben y en su ignorancia actúan como marionetas hurgadas al vacío de los reproches. No intento alejarlos. El espanto al descubrirlos es mutuo y un día, un simple día, se habrán ido sin retorno.
Respiro y me dejo estar. Suspiro y estoy en un dejo de emociones que trenzan los últimos días de agosto hasta cubrirme nuevamente el rostro de esperanza.
Porque llega septiembre y su presencia implica el renacer de la vida. Septiembre es la promesa, sencilla y perdurable, de inaugurar la fiesta de lo posible. Me recorre la piel y descorre el velo de los infortunios con los colores de su paleta de eterno pintor bohemio de amaneceres.
Uno debe designar la primavera con señales que se apropien de las excusas interiores, marcándolas al destierro. Señales que no malogren la fiesta de los lapachos y los jacarandáes que yerguen su hermosura a la vera de los sueños juveniles.
Es el corazón el que responde a su premura por disponer las voluntades nuevas. Por eso, cuando digo septiembre me siento comprometida con el anuncio de la vida en derredor.
A veces, son vidas chiquitas que en el roce de las palmas de las manos, me dejan la intención de una caricia. Otras, son vidas que anónimas ensayan la palabra y en sus labios, el lenguaje es fruta madura de soles andantes. Unas vidas me alzan en su vuelo y otras, mezquinas, me vigilan el poema y lo delatan, fingiendo ser carceleras de mi pensamiento.
El viento y su cantar me devuelven a estos últimos días de agosto que me encuentran abrazada a mis ilusiones. Detrás de los cristales del ventanal, siento llegar septiembre y en la espera, germina el poema y su misterio. Nada más debo aguardar para entonces.
Por el sendero, la vida se hace cuento y ha dejado huellas. Huellas ciertas que sugieren mi paso por situaciones que creí olvidadas. Algunas aún duelen y es como si el surco, profundo y raigal que las precede, me hubiera rasgado la sonrisa en dos en un tiempo que creí adjetivar para siempre.
Los fantasmas acechan con el cuenco de sus ojos entre perversos y temerosos. Casi quiero sentir pena por ellos porque no saben y en su ignorancia actúan como marionetas hurgadas al vacío de los reproches. No intento alejarlos. El espanto al descubrirlos es mutuo y un día, un simple día, se habrán ido sin retorno.
Respiro y me dejo estar. Suspiro y estoy en un dejo de emociones que trenzan los últimos días de agosto hasta cubrirme nuevamente el rostro de esperanza.
Porque llega septiembre y su presencia implica el renacer de la vida. Septiembre es la promesa, sencilla y perdurable, de inaugurar la fiesta de lo posible. Me recorre la piel y descorre el velo de los infortunios con los colores de su paleta de eterno pintor bohemio de amaneceres.
Uno debe designar la primavera con señales que se apropien de las excusas interiores, marcándolas al destierro. Señales que no malogren la fiesta de los lapachos y los jacarandáes que yerguen su hermosura a la vera de los sueños juveniles.
Es el corazón el que responde a su premura por disponer las voluntades nuevas. Por eso, cuando digo septiembre me siento comprometida con el anuncio de la vida en derredor.
A veces, son vidas chiquitas que en el roce de las palmas de las manos, me dejan la intención de una caricia. Otras, son vidas que anónimas ensayan la palabra y en sus labios, el lenguaje es fruta madura de soles andantes. Unas vidas me alzan en su vuelo y otras, mezquinas, me vigilan el poema y lo delatan, fingiendo ser carceleras de mi pensamiento.
El viento y su cantar me devuelven a estos últimos días de agosto que me encuentran abrazada a mis ilusiones. Detrás de los cristales del ventanal, siento llegar septiembre y en la espera, germina el poema y su misterio. Nada más debo aguardar para entonces.
Cuando digo septiembre, se me anuncian los versos.
Del Libro de Moni Munilla "Cuando digo septiembre".
Del Libro de Moni Munilla "Cuando digo septiembre".
Comentario TransenerclimArte: con este bellísimo texto septembrino, Moni Munilla inaugura oficialmente, una de las últimas Bitácoras que integrarán la Red Transenerclima completa.
Como tapa superior tenemos "Atardecer en el Puerto" de la pintora correntina Mily Ojeda y como tapa inferior, una representación del "Café Tortoni de antaño".
El éxito de esta página, queda fuera de mis manos. Lo dejo en manos de la gente de la cultura que quiera hacer de este sitio, un lugar de encuentro de amigos del arte y la cultura.
¿Cómo hacerlo?. Muy simple. Enviando artículos, eventos culturales de todo tipo, todo sin fines de lucro, en fin, la gente de la cultura lo sabe mejor que yo.
Yo quedo como simple Webmaster de este Blog o Bitácora Cultural.
Gracias por su visita y hasta un nuevo "Encuentro Cultural TransenerclimArte".
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